¿Pudo ser dulce?
Es una tarde sofocante y camino enfurecida por providencia. Marco el número de su celular por enésima vez. Respiro el aire tibio, el aire húmedo. Es una tarde dorada. El verano siempre me alegra, pero hoy no estoy alegre. Vuelvo a marcar. Sigo caminando y observo cómo la luz suave del sol despidiéndose lo cubre todo. Todo resplandece ante mis ojos terribles. Por contraposición recuerdo la letra de una canción británica que dice “el amor no siempre resplandece” o algo así. Esta semana sonó a todas horas en mi walkman “It could be sweet” pero las pilas se acabaron recién. En mi cabeza siguen sonando las bases programadas, y tortuosamente se mezclan con sonidos acústicos y con esta sensación que no sé definir. Me pregunto si realmente pudo ser dulce y vuelvo a marcar.
¿Cuántas horas fallidas? El tono del teléfono mezclado con mis preguntas, como un eco, como un zumbido, amplificando el sonido de Portishead, persiste en esta tarde triste. Hago un pequeño esfuerzo y vuelvo a marcar. Ingenuamente todavía espero que pueda ser dulce.
Tras el último tono, un breve pero infranqueable silencio. Escucho su voz y puedo ver sus gestos imprecisos, y sus ojos extraviados al otro lado del teléfono. Respiro aliviada. Me indica la dirección donde nos veremos, un nombre horrible que suena a shopería barata. Tanta persecución, bien vale un buen vino dulce. Dulce para disolver este sabor amargo. Amargo, por unos segundos me invaden los sonidos de “Sour Times”. Sugiero con tono imponente otro lugar y accede displicente.
Nos encontramos en la esquina y entramos en silencio. Un lugar agradable, de luz tenue y rojiza, donde suena la canción que he escuchado incesantemente durante varios días, lamentos vocales, palabras pesadas, agobiantes … But I'm guilty of fear … Como un presagio funesto … Mmmm gotta try a little harder … Como una sombra fatídica … It could be sweet...
Mi suspiro se mezcla con el humo de su cigarrillo, y esta energía casi imperceptible no llega a ser, y se desplaza sinuosamente en una dirección desconocida. Todavía un pequeño esfuerzo, talvez aún puede ser dulce.
Escucho nuevos sonidos Trip Hop que no alcanzo a identificar. El tono melódico, pero desesperanzado acrecienta mi vulnerabilidad. Todo el ambiente me parece meloso y deseo un vino de cosecha tardía envolviendo mi boca. Veo su boca y me dan ganas de morderla ahincadamente, hasta hacerle daño, hasta que de sus labios surjan dos o tres gotas de sangre, espesa, caliente, y roja o más bien púrpura. A partir de esta imagen descarto la idea de un Late Harvest, la analogía de la sangre me hace pensar en una cepa tinta.
Pido un Carmenere, su color rojo violáceo, me lleva nuevamente a pensar en esa boca que está frente a la mía, en la posibilidad de morderlo. Por el momento me contengo. Intento fijar la atención en los detalles, incesantemente busco un indicio que me permita descifrar el enigma de sus emociones. La agradable temperatura del lugar, la música y el vino, van aterciopelando nuestros gestos absurdos. Las muecas rígidas se transforman en sonrisas. Surgen caricias miedosas que poco a poco se acrecientan y se vuelven impacientes. El vino y su aroma a frutilla madura se desplaza por nuestros poros y desintegra la ansiedad. El vino reaviva este vínculo añejo, al que nos aferramos no entiendo bien por qué. Su sabor alegre y vivaz nos incentiva, nos dejarnos atrapar por ilusión de que esto puede rejuvenecer. Me besa, y su lengua me sabe a especies, a tierra húmeda, a fruta. Es un beso empalagoso, exquisito, irrepetible. Golosamente mojo mi dedo en el vino y empiezo a re dibujar sus labios. Por su contacto con el vino, emerge un aroma tostado a cuero y vainilla. El aroma me enloquece, me induce a besarlo nuevamente. Lo hago interminablemente hasta que una llamada de ella me lo arrebata. Contesta abstraído, distante. Balbucea dos o tres palabras confusas y corta. Con una mirada implorante le suplico su permanencia. Es incapaz de devolverme la mirada. Es incapaz de decir algo. Fija la vista lejos, cómo buscando una respuesta. Con una seña pide la cuenta, ni siquiera se excusa y camina hacia la puerta. Atónita desde mi rincón sombrío, observo cómo se aleja. Pido un vino dorado, resplandeciente, que me quite este sabor amargo. Recuerdo que el amor no siempre resplandece y me pregunto si fue dulce en algún momento, si alguna vez pudo ser dulce.
¿Cuántas horas fallidas? El tono del teléfono mezclado con mis preguntas, como un eco, como un zumbido, amplificando el sonido de Portishead, persiste en esta tarde triste. Hago un pequeño esfuerzo y vuelvo a marcar. Ingenuamente todavía espero que pueda ser dulce.
Tras el último tono, un breve pero infranqueable silencio. Escucho su voz y puedo ver sus gestos imprecisos, y sus ojos extraviados al otro lado del teléfono. Respiro aliviada. Me indica la dirección donde nos veremos, un nombre horrible que suena a shopería barata. Tanta persecución, bien vale un buen vino dulce. Dulce para disolver este sabor amargo. Amargo, por unos segundos me invaden los sonidos de “Sour Times”. Sugiero con tono imponente otro lugar y accede displicente.
Nos encontramos en la esquina y entramos en silencio. Un lugar agradable, de luz tenue y rojiza, donde suena la canción que he escuchado incesantemente durante varios días, lamentos vocales, palabras pesadas, agobiantes … But I'm guilty of fear … Como un presagio funesto … Mmmm gotta try a little harder … Como una sombra fatídica … It could be sweet...
Mi suspiro se mezcla con el humo de su cigarrillo, y esta energía casi imperceptible no llega a ser, y se desplaza sinuosamente en una dirección desconocida. Todavía un pequeño esfuerzo, talvez aún puede ser dulce.
Escucho nuevos sonidos Trip Hop que no alcanzo a identificar. El tono melódico, pero desesperanzado acrecienta mi vulnerabilidad. Todo el ambiente me parece meloso y deseo un vino de cosecha tardía envolviendo mi boca. Veo su boca y me dan ganas de morderla ahincadamente, hasta hacerle daño, hasta que de sus labios surjan dos o tres gotas de sangre, espesa, caliente, y roja o más bien púrpura. A partir de esta imagen descarto la idea de un Late Harvest, la analogía de la sangre me hace pensar en una cepa tinta.
Pido un Carmenere, su color rojo violáceo, me lleva nuevamente a pensar en esa boca que está frente a la mía, en la posibilidad de morderlo. Por el momento me contengo. Intento fijar la atención en los detalles, incesantemente busco un indicio que me permita descifrar el enigma de sus emociones. La agradable temperatura del lugar, la música y el vino, van aterciopelando nuestros gestos absurdos. Las muecas rígidas se transforman en sonrisas. Surgen caricias miedosas que poco a poco se acrecientan y se vuelven impacientes. El vino y su aroma a frutilla madura se desplaza por nuestros poros y desintegra la ansiedad. El vino reaviva este vínculo añejo, al que nos aferramos no entiendo bien por qué. Su sabor alegre y vivaz nos incentiva, nos dejarnos atrapar por ilusión de que esto puede rejuvenecer. Me besa, y su lengua me sabe a especies, a tierra húmeda, a fruta. Es un beso empalagoso, exquisito, irrepetible. Golosamente mojo mi dedo en el vino y empiezo a re dibujar sus labios. Por su contacto con el vino, emerge un aroma tostado a cuero y vainilla. El aroma me enloquece, me induce a besarlo nuevamente. Lo hago interminablemente hasta que una llamada de ella me lo arrebata. Contesta abstraído, distante. Balbucea dos o tres palabras confusas y corta. Con una mirada implorante le suplico su permanencia. Es incapaz de devolverme la mirada. Es incapaz de decir algo. Fija la vista lejos, cómo buscando una respuesta. Con una seña pide la cuenta, ni siquiera se excusa y camina hacia la puerta. Atónita desde mi rincón sombrío, observo cómo se aleja. Pido un vino dorado, resplandeciente, que me quite este sabor amargo. Recuerdo que el amor no siempre resplandece y me pregunto si fue dulce en algún momento, si alguna vez pudo ser dulce.
* ¿Pudo ser dulce?, es una historia de ficción que escribí en junio o julio del año pasado para un concurso de cuentos de la radio concierto. Los gran reserva de ese mes estuvieron bien ricos.
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