Para los cinéfilos del futuro 4
¡ATENCIÓN CINÉFILOS!
HOY: Arqueología pura ¡No se lo pierdan!
Estoy media atrasada con la versión de esta semana de “Para los cinéfilos del futuro”. Por lo general va los jueves en el blog, y recupero un archivo con las impresiones y reflexiones que me provocó hace un par de años alguna película que vi en ese entonces, para dejar un rastro, en un intento ingenuo de reforzar la memoria y evitar el desvanecimiento.
Ya estamos a viernes y todavía no publico nada. Es que hoy es un caso especial, me he demorado más por que no voy a hablar de una película que vi hace uno año o dos, voy a hablar de una película que vi el domingo pasado, y que todavía estoy procesando.
¿Por qué entonces “Arqueología Pura”?.
Por que si bien yo la vi el domingo pasado, la cinta es de 1966, y después de años de desaparición volvió a ver la luz hace poquito en la Cineteca Nacional.
Esto es …
Morir un poco, la historia del hombre común
Álvaro Covacevich (cineasta) conoció en 1963 a Luis Olivos en Cartagena, un obrero, el hombre común que sería el protagonista de su película “Morir un poco”.
Ese mismo año empezó la realización de la película, con muy, muy, muy pocos recursos y sin la intervención de actores profesionales. Estuvo lista en 1966, fue presentada a festivales de cine y estrenada en 3 salas nacionales, donde se mantuvo en cartelera durante varios meses.
En 1973, tras el golpe militar y los horrores que todos conocemos (o al menos debiéramos conocer y lamentar profundamente), desaparecieron casi todas sus copias, al igual que una parte importante de nuestro patrimonio fílmico nacional.
Álvaro Covacevich nunca se conformó con la desaparición de su película, e inició una larga y frenética campaña por recuperar al menos una copia. Puso avisos en los diarios, rastreó por los festivales en donde la había presentado, hasta que hace muy poco (Diciembre de 2005) apareció una copia en Leipzig, Alemania, en donde había sido presentada a su festival en 1966.
Bueno, todo esto para que además de la felicidad se su autor por el reencuentro con su obra, nosotros los cinéfilos que aún no existíamos en el 66 la pudiéramos ver.
Esta vez cometeré concientemente el pecado de contar algunas partes de la película, por que me parece absolutamente necesario.
En todo caso, creo que en esta película no importa tanto el argumento, si no cómo se relata, así que mi crimen no es tan grave.
Sobre negro se sobre imprime un texto, en el que se habla de la vida que lleva actualmente el hombre común, de las frustraciones que vive producto de estar inserto en una sociedad de consumo, que lo expone a la angustia y la presión de acceder a cosas que están muy lejanas. Agrega, que en estas condiciones no es raro que los muertos vivan mejor que los vivos, y sigue con otras cosas que no alcancé a leer enteras.
Las primeras imágenes corresponden a un risueño y despreocupado niñito desnudo (filmado en blanco y negro, al igual que la mayoría de la película), que juega con un globo recorriendo un piso de loza tipo ajedrez. Al niñito se le revienta el globo que cae sobre el piso, y en un lindo y estudiado encuadre del piso (cuadriculado blanco/negro), se escriben los créditos de inicio de la película, que me perecen notables. Aparecen escritos los personajes que son los siguientes:
El hombre común
Lugares públicos
Las cosas
La angustia
Sólo con este detalle, que me pareció muy bonito y original, uno ya se puede hacer una idea bastante clara de cuál será el tono de la película, que en el fondo es un seguimiento a un hombre común que deambula por las calles, de ida y vuelta al trabajo, mirando en las vitrinas un mundo de consumo al cual nunca podrá acceder.
Lo vemos en su trabajo en el banco, tras las rejas de la caja, y paralelamente se muestra a un pájaro enjaulado. Se que la comparación es bastante obvia y reiterada, pero no por eso no me conmovió, todo lo contrario. Ya que este es un tema, que como habrán leído en mis otras entradas es algo así como uno de mis leitmotivs.
En este seguimiento, en una de las vitrinas que observa el hombre común, hay imágenes de destinos lejanos acompañados de la leyenda “Viaje y sea feliz”. Da risa esto, ¿por qué?, por que si bien la redacción publicitaria de antaño era más explícita y directa, todavía hoy no siguen vendiendo la misma idea, pero exacerbada y disimulada con superproducciones que tragamos sin cuestionamientos en la televisión, en la vía pública, y en cualquier lado hacia adonde se dirija nuestra vista. La idea sigue siendo la misma, compre y sea feliz, consuma y sea feliz: la única alternativa que nos ofrecen para escapar al vacío que paradójicamente llena nuestras vidas.
El hombre común lee la prensa de la época, y entre otras noticias lee que los habitantes del cerro negro amenazan con tomarse el cementerio (y entonces nos vuelve a la cabeza la idea enunciada al principio, que no es raro que los muertos vivan mejor que los vivos).
Vemos al hombre común paseándose por el marginal cerro, observando a sus habitantes, a sus niños que juegan y bailan en medio de los desperdicios con los que conviven. Paralelamente se ve el cementerio, donde están las escandalosamente suntuosas propiedades que habitan los muertos. Acá es imposible no recordar al escritor catalán Pere Calders, y su relato “Aquí descansa Nevares”, en que un grupo de pobladores hace justicia por su derecho a vivienda digna, y se toma el cementerio, para acondicionar en los lujosos mausoleos sus nuevos hogares. El escritor armó este relato a partir de vivencias experimentadas en México, pero podemos ver que en Chile pasaba y pasa todavía lo mismo. Esta es la realidad latinoamericana, aunque ahora la disfracemos y escondamos con tratados de libre comercio, y con la proliferación de las tecnologías de la comunicación.
Después vemos al hombre común en su viaje anual a la playa (viaje que hacen todos los comunes juntos, colgando del tren). El viaje y una fugaz salida nocturna son su única entretención, y evasión de la rutina.
En la playa, las diferencias sociales se acentúan, vemos la playa de los comunes, súper, requetecontra poblada, los comunes comiendo en la arena, nadando y chapoteando, en un desordenado pero espontáneo momento de esparcimiento.
En la otra playa, vemos a personas distinguidas, a mujeres caderonas, pero acinturadas, que se pasean contoneándose sensualmente delante de sus galanes. Estas sofisticadas imágenes son las únicas de toda la película, que vemos en color.
Después volvemos al blanco y negro. Después del paseo a la playa, y del carrete nocturno, el hombre común vuelve a su rutina, y a un poco común y elegantísimo parque en donde todo está prohibido. Aquí lo vemos caminar, reflexivo, incluso triste, leyendo las prohibiciones:
Prohibido tocar las flores
Prohibido pisar el césped
Prohibido entrar a la pileta etc.
El hombre común en una inocente rebeldía, hace con una pasión e inconformidad que hasta ahora no le habíamos visto todo lo que le prohíben. Toca las flores, las destroza, camina pesadamente sobre el pasto, se arrastra, entra a la pileta y se sumerge en la cascada de agua, con un ímpetu inigualable. Como contestando a las prohibiciones con una de las más célebres consignas surrealistas: PROHIBIDO PROHIBIR.
Es un final cándido y hermoso, es el único final posible y válido, al que todos deberíamos llegar en algún minuto: REBELARSE.
Nada más que decir.
Cierro aquí, con unas palabras del autor acerca de su película:
"Todos los días, el hombre sale a la calle a morir un poco, en vez de salir a vivir. De la casa al trabajo, del trabajo a la casa. Y una vez al año, a la playa. Todos los días, la presión de las cosas, de los objetos: vea, vea, vea; compre, compre, compre; vaya, vaya... ¡Y eso está tan lejos, cada días más lejos! Al hombre, que va muriendo de a poco, sólo le queda una fútil rebelión".
Estoy media atrasada con la versión de esta semana de “Para los cinéfilos del futuro”. Por lo general va los jueves en el blog, y recupero un archivo con las impresiones y reflexiones que me provocó hace un par de años alguna película que vi en ese entonces, para dejar un rastro, en un intento ingenuo de reforzar la memoria y evitar el desvanecimiento.
Ya estamos a viernes y todavía no publico nada. Es que hoy es un caso especial, me he demorado más por que no voy a hablar de una película que vi hace uno año o dos, voy a hablar de una película que vi el domingo pasado, y que todavía estoy procesando.
¿Por qué entonces “Arqueología Pura”?.
Por que si bien yo la vi el domingo pasado, la cinta es de 1966, y después de años de desaparición volvió a ver la luz hace poquito en la Cineteca Nacional.
Esto es …
Morir un poco, la historia del hombre común
Álvaro Covacevich (cineasta) conoció en 1963 a Luis Olivos en Cartagena, un obrero, el hombre común que sería el protagonista de su película “Morir un poco”.
Ese mismo año empezó la realización de la película, con muy, muy, muy pocos recursos y sin la intervención de actores profesionales. Estuvo lista en 1966, fue presentada a festivales de cine y estrenada en 3 salas nacionales, donde se mantuvo en cartelera durante varios meses.
En 1973, tras el golpe militar y los horrores que todos conocemos (o al menos debiéramos conocer y lamentar profundamente), desaparecieron casi todas sus copias, al igual que una parte importante de nuestro patrimonio fílmico nacional.
Álvaro Covacevich nunca se conformó con la desaparición de su película, e inició una larga y frenética campaña por recuperar al menos una copia. Puso avisos en los diarios, rastreó por los festivales en donde la había presentado, hasta que hace muy poco (Diciembre de 2005) apareció una copia en Leipzig, Alemania, en donde había sido presentada a su festival en 1966.
Bueno, todo esto para que además de la felicidad se su autor por el reencuentro con su obra, nosotros los cinéfilos que aún no existíamos en el 66 la pudiéramos ver.
Esta vez cometeré concientemente el pecado de contar algunas partes de la película, por que me parece absolutamente necesario.
En todo caso, creo que en esta película no importa tanto el argumento, si no cómo se relata, así que mi crimen no es tan grave.
Sobre negro se sobre imprime un texto, en el que se habla de la vida que lleva actualmente el hombre común, de las frustraciones que vive producto de estar inserto en una sociedad de consumo, que lo expone a la angustia y la presión de acceder a cosas que están muy lejanas. Agrega, que en estas condiciones no es raro que los muertos vivan mejor que los vivos, y sigue con otras cosas que no alcancé a leer enteras.
Las primeras imágenes corresponden a un risueño y despreocupado niñito desnudo (filmado en blanco y negro, al igual que la mayoría de la película), que juega con un globo recorriendo un piso de loza tipo ajedrez. Al niñito se le revienta el globo que cae sobre el piso, y en un lindo y estudiado encuadre del piso (cuadriculado blanco/negro), se escriben los créditos de inicio de la película, que me perecen notables. Aparecen escritos los personajes que son los siguientes:
El hombre común
Lugares públicos
Las cosas
La angustia
Sólo con este detalle, que me pareció muy bonito y original, uno ya se puede hacer una idea bastante clara de cuál será el tono de la película, que en el fondo es un seguimiento a un hombre común que deambula por las calles, de ida y vuelta al trabajo, mirando en las vitrinas un mundo de consumo al cual nunca podrá acceder.
Lo vemos en su trabajo en el banco, tras las rejas de la caja, y paralelamente se muestra a un pájaro enjaulado. Se que la comparación es bastante obvia y reiterada, pero no por eso no me conmovió, todo lo contrario. Ya que este es un tema, que como habrán leído en mis otras entradas es algo así como uno de mis leitmotivs.
En este seguimiento, en una de las vitrinas que observa el hombre común, hay imágenes de destinos lejanos acompañados de la leyenda “Viaje y sea feliz”. Da risa esto, ¿por qué?, por que si bien la redacción publicitaria de antaño era más explícita y directa, todavía hoy no siguen vendiendo la misma idea, pero exacerbada y disimulada con superproducciones que tragamos sin cuestionamientos en la televisión, en la vía pública, y en cualquier lado hacia adonde se dirija nuestra vista. La idea sigue siendo la misma, compre y sea feliz, consuma y sea feliz: la única alternativa que nos ofrecen para escapar al vacío que paradójicamente llena nuestras vidas.
El hombre común lee la prensa de la época, y entre otras noticias lee que los habitantes del cerro negro amenazan con tomarse el cementerio (y entonces nos vuelve a la cabeza la idea enunciada al principio, que no es raro que los muertos vivan mejor que los vivos).
Vemos al hombre común paseándose por el marginal cerro, observando a sus habitantes, a sus niños que juegan y bailan en medio de los desperdicios con los que conviven. Paralelamente se ve el cementerio, donde están las escandalosamente suntuosas propiedades que habitan los muertos. Acá es imposible no recordar al escritor catalán Pere Calders, y su relato “Aquí descansa Nevares”, en que un grupo de pobladores hace justicia por su derecho a vivienda digna, y se toma el cementerio, para acondicionar en los lujosos mausoleos sus nuevos hogares. El escritor armó este relato a partir de vivencias experimentadas en México, pero podemos ver que en Chile pasaba y pasa todavía lo mismo. Esta es la realidad latinoamericana, aunque ahora la disfracemos y escondamos con tratados de libre comercio, y con la proliferación de las tecnologías de la comunicación.
Después vemos al hombre común en su viaje anual a la playa (viaje que hacen todos los comunes juntos, colgando del tren). El viaje y una fugaz salida nocturna son su única entretención, y evasión de la rutina.
En la playa, las diferencias sociales se acentúan, vemos la playa de los comunes, súper, requetecontra poblada, los comunes comiendo en la arena, nadando y chapoteando, en un desordenado pero espontáneo momento de esparcimiento.
En la otra playa, vemos a personas distinguidas, a mujeres caderonas, pero acinturadas, que se pasean contoneándose sensualmente delante de sus galanes. Estas sofisticadas imágenes son las únicas de toda la película, que vemos en color.
Después volvemos al blanco y negro. Después del paseo a la playa, y del carrete nocturno, el hombre común vuelve a su rutina, y a un poco común y elegantísimo parque en donde todo está prohibido. Aquí lo vemos caminar, reflexivo, incluso triste, leyendo las prohibiciones:
Prohibido tocar las flores
Prohibido pisar el césped
Prohibido entrar a la pileta etc.
El hombre común en una inocente rebeldía, hace con una pasión e inconformidad que hasta ahora no le habíamos visto todo lo que le prohíben. Toca las flores, las destroza, camina pesadamente sobre el pasto, se arrastra, entra a la pileta y se sumerge en la cascada de agua, con un ímpetu inigualable. Como contestando a las prohibiciones con una de las más célebres consignas surrealistas: PROHIBIDO PROHIBIR.
Es un final cándido y hermoso, es el único final posible y válido, al que todos deberíamos llegar en algún minuto: REBELARSE.
Nada más que decir.
Cierro aquí, con unas palabras del autor acerca de su película:
"Todos los días, el hombre sale a la calle a morir un poco, en vez de salir a vivir. De la casa al trabajo, del trabajo a la casa. Y una vez al año, a la playa. Todos los días, la presión de las cosas, de los objetos: vea, vea, vea; compre, compre, compre; vaya, vaya... ¡Y eso está tan lejos, cada días más lejos! Al hombre, que va muriendo de a poco, sólo le queda una fútil rebelión".
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