Caminando entre gatos
Al salir de la casa de la Niñita, viendo que todavía no era tan tarde, el Extraviado optó por seguir caminando un rato, caminaba despreocupado y sin rumbo fijo, sabía que lo esperaban en su casa, pero todavía tenía tiempo.
Recorrió varios pasajes y calles chicas, hasta llegar a una avenida. Por ahí caminó durante varios minutos más, tal vez durante una hora. Ya no se acordaba de sus amigos y su familia en casa esperándolo. Lo único que quería era seguir caminando y dejar que el aire entrara en su cabeza, y lo ayudara a aclarar sus ideas. Aunque pueda sonar a exageración siguió caminando durante muchas horas más, ya ni siquiera tenía claridad de en que comuna estaba, ni de la hora que era. Sólo sentía un olor nauseabundo, que lo acompañaba hace rato. Aún así siguió caminando sin preguntarse de donde provenía ese molesto pero distante olor.
En las calles ya no había más gente, o eso creyó al principio, y por eso supuso que realmente era muy tarde. Y a pesar de todo esto siguió caminando y pensando en muchísimas cosas, en realidad en muy pocas cosas pero repetidas hasta el aburrimiento. Y revisó las mismas ideas, una, cinco, cien veces, hasta que perdieron sentido.
En cierta medida esta caminata en la noche, lo había embriagado. Su percepción estaba alterada, sus movimientos eran lentos, su mirada más taciturna que nunca, y su respiración trabajosa y agotadora.
En este estado las ideas que tanto buscaba aclarar se fueron desvaneciendo, hasta que ya no pudo estructurarlas con palabras coherentes al interior de su cabeza. Ahora eran sólo letras inconexas y sin sentido, que resonaban profundas y lejanas, como percusiones tribales de otra época.
Aún así, siguió caminando, pero ahora prestando más atención ante lo que había a su alrededor. Lo primero que intentó hacer fue averiguar de donde provenía esa repugnancia que hacía mucho rato le colmaba la nariz. Pero por más que miró en todas direcciones no pudo distinguir de donde provenía el olor.
No tenía otra opción, así que siguió con su camino. Se echó unos dulces a la boca y arrojó los papeles sobre el pavimento. Esta pequeña y cotidiana acción, reavivó en su mente el recuerdo de la Loca, quien seguramente lo hubiera reprochado con severidad.
Así que se devolvió unos pasos, recogió los papeles y se dirigió hacia un montón de basura que había en la esquina, para dejarlos allí. Antes de llegar advirtió con temor, que en medio de ese montón de basura había cuatro o cinco gatos. De por sí los gatos le causaban algo de aversión, a decir verdad los detestaba, y lo aterrorizaban.
Pero éstos en particular, lo dejaron atónito, eran cinco gatos de tamaño descomunal, incluso más grandes que él, que escarbaban la basura, y emitían unos sonidos horribles.
Convencido de que semejante imagen sólo podía ser producto de una alucinación, se acercó temeroso pero con pasos decididos.
Al llegar a la esquina, se rió largamente, pues comprendió que los gatos en realidad, eran gatos humanos, eran personas que recorrían las calles hurgando entre los desechos.
Entonces, antes de caer, entendió que el olor nauseabundo provenía del camión de la basura, que siempre había estado cerca.
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